RESEÑA DE LA RUTA A LA ERMITA DE SAN PEDRO DE CASTELFLORITE
20 Diciembre 2020
Como todas las salidas que se hacen de cercanía, el punto de encuentro es frente a la gasolinera de Sariñena. 8,30 h.
Hoy nos juntamos un buen número de senderistas, algunos aún no habíamos coincidido, lo que da un aliciente nuevo a este día. Y partimos hacia Castelflorite, la concentración, en el cementerio del pueblo, no se elige ese lugar por la razón de que alguno de los participantes pudiera acabar allí, no, no era tan salvaje la ruta; simplemente había espacio suficiente para dejar los coches.
Nos equipamos y cada uno guardamos un pequeño tesoro en nuestras mochilas, un tesoro que depositaremos al final del recorrido, en un rincón de las ruinas de la ermita, cual reyes “majos” de Oriente.
El día es de niebla, típico de estos días en Los Monegros, sin embargo la temperatura es suave y sólo es molesto si alguien fue a la peluquería y se alisó el pelo, porque seguro que se le rizó.

Emprendemos por un camino y enfilamos hacía los pantanos que dan riego a parte del terreno agrícola que nos rodea, llaneamos y de vez en cuando nos adelantaba Everest, el cánido de Carlos que nos acompañaba yendo y viniendo, cual rebaño que controlaba. Aunque no le iban a la zaga Mateo, el crío de Bea, y Daniela, la cría de Ana, al final no sé quién hizo más kilómetros.
Se dio una circunstancia curiosa, a pesar de estar en territorio conocido, tuvimos riesgo de perdernos, pues la tecnología que llevamos no funciona como es debido, menos mal que llevábamos a una oriunda de la zona que nos guio por la senda correcta, gracias Cristina. Pues esa senda se hizo empinada de repente, había que ascender por la ladera norte para llegar al saso donde se encontraba nuestro destino, una senda semi-oculta entre la vegetación rala, típica de este territorio, romeros (algunos en flor), aliagas, tremoncillos, enebros,..

Una vez en el saso se podía ver claramente la silueta de la ermita de San Pedro, conforme íbamos acercándonos, sus arcos apuntados desnudos daban la impresión de ser el esqueleto de un barco varado boca abajo, algo curioso si tenemos en cuenta que en este desierto monegrino, se pueden ver desde puntos altos como el que nos encontramos mares de nubes que ocultan los valles y zonas cercanas, dando la sensación de que no existe nada por debajo de esa niebla.
Y por fin llegamos, aligeramos nuestros hombros de las mochilas para dar buena cuenta de las viandas que portamos y, como no, descubrir ese tesoro que nos ha acompañado todo el camino. Los más veteranos se dirigen al rincón de otros años y cada uno va depositando su objeto, unas bellotas, una panocha de maíz, un huevo, … al final cobra sentido y esas bellotas con sus palitos son corderos, la panocha es San José, el huevo es el niño Jesús, también está el ángel, la virgen, los reyes… Así hasta completar un bonito Belén, que nada tiene que envidiar al arte efímero que otros ensalzan, un Belén que el tiempo se encargará de integrar en el paisaje y la naturaleza pues todo estaba hecho de materiales biodegradables, como no podía ser de otra manera.
Hala y unas cuantas fotos y selfies después, con la faena hecha, cara abajo. Pensabais que se acaba aquí, no, quedaba una sorpresa, abajo, al lado de las balsas de riego se montó un pica-pica para celebrar las 100 salidas de este grupo de senderismo, un ágape que vino muy bien para reponer fuerzas y echar unas risas que daban muestra del buen ambiente que se respira siempre en este grupo. Aunque eso sí, hubo una moción que se secundó por unanimidad, la próxima vez un poquer más de cava, que alguno se quedó con sed J.
Fin de la reseña, desearos un Año de esperanza, salud y nuevas e interesantes aventuras.